LECTURAS DEL FIN DE SEMANA: Fiestas del verano…y un regalo inmenso del «Barón Rojo» (parte I)

    FIESTAS DE VERANO

     No hay verano que se precie, sin fiestas de la Virgen del Consuelo, como dice Fernando Díez Risco, sabemos que leManuel Palacios encanta la frase: “Viva la Virgen del Consuelo, patrona de este pueblo y motivo de estos festejos”, siempre se debe intentar pronunciarla después de cinco o seis cervezas, para que se atranquen lengua o cerebro, ya que no es evidente, la retahíla. Las fiestas tuvieron, hace unos años, a petición de Isabel Villa, la alcaldesa, un escrito “en plan verso”, al que me remito, y que incluiré al final de este capítulo. En el momento en que lo escribí, no tenía costumbre de ello. Me costó mucho tiempo terminar, cuatro mil repasos y mil tormentas bajo el cráneo, decidiendo qué frases tenía que elegir…

     Hemos conocido de todo, en fiestas sucesivas: coches eléctricos, voladoras, norias pequeñas, barcas, casetas de tiro, tómbolas, churros, pinchos morunos, y toda la parafernalia de atracciones, ubicadas en varios sitios: el Arroyo, el Cristo, la Plaza de la Torre y, actualmente, los alrededores  de Santa Ana y la zona nueva del mercadillo, al lado del alcornocal, ese genial mercado que casi siempre estuvo “…¡¡En La Angustia!!.., como decía el pregonero.

     Vuelvo a Cuba, en la Habana vimos, por la zona del malecón, un espacio pequeñito con noria enana, cochecitos de madera, que daban vueltas en una pista pequeña redonda, sobre raíles, y un carrito tirado por una cabra pequeña…, todo artesanal. Cuando tuvimos la suerte de topárnoslo, los infantiles destinatarios no se encontraban allí. Me invadió una repentina nostalgia, aderezada con bastante pena, pensando que nunca, en mi vida,  había visto yo algo de tan baja calidad, en Logrosán, todo eso, teniendo en cuenta que, los años a los que me refiero, no eran los más boyantes para la economía española. Pero, en ese mismo instante, me pregunté: “¿y….por qué no…?”. Era media mañana, de ahí la nostalgia, ahora, hablando de encanto,…encanto,  aunque un tanto deslucido por el cutrerío…y para críos pequeñitos, no se le podía negar. El recuerdo, lo tengo bien anclado en el alma. Me evoca la más infinita ternura.

    Logrosán, comparado con aquello de La Habana….debía ser como los Estados Unidos comparados con España, o algo así, por aquel entonces.

    Los coches eléctricos que traían a las fiestas, eran terreno para chicos un poco mayores, o sea: llamaban, poderosamente, la atención de los más pequeños, los que imitan todo lo que ven. Siempre fueron caros para el magro bolsillo de los de mi edad. La primera vez que monté, yo solo, como un niño mayor (seis o siete años), gasté todo lo que me había dado mi madre en un viaje. Para aquellas fiestas, los coches se encontraban en La Torre. Cogí uno que estaba mirando hacia un rincón, flanqueado por las dos barreras perpendiculares. No fui capaz, en los tres minutos escasos que durara el asunto,  de sacar el coche de ese rincón. Vamos, un pardillo redomado, eso sí,…. de última generación. Era por la tarde, a eso de las cinco. Nublado y siesta. Creo que era yo el único, sobre la pista. Y , ¡menos mal que no hubo espectadores!. Seguramente el empleado estaba adormiladillo, porque, sinceramente, podía haberme ayudado a salir. Es igual, hubo muchas más veces, pero la sensación de haber hecho el ridículo más espantoso durante un tiempo, que se me hizo eterno, nunca me ha abandonado.

     En otra ocasión, sin descartar que fuesen esas mismas fiestas, fui a ver una función de teatro, justo por donde se encuentra ahora la terraza del bar La Parada,  una representación de Blancanieves y los siete enanitos. Comenzó la esperada función. Otra vez fui solo, como un niño mayor…. Y érase un teatrito, para treinta o cuarenta espectadores, cuyo “patio de butacas” estaba compuesto de silas de madera plegables,  con cubierta, no recuerdo si de plástico o tela blanca. La luz al atravesar el techo, proporcionaba una claridad homogénea, luminosa, a la vez que opalina. La obra habíase comenzado hacía unos  quince minutos.  No había mucha gente, algunas mamás con niños, y andaba yo, bastante aburrido. Allí no salían ni enanitos, ni caballos, ni brujas. Cuando, de repente, el cielo se puso negro. La luz cayó, repentina y drásticamente, en el interior. Serían las cinco o las seis de la tarde. Empezó a llover…como llueve en esos días de verano, con verdadera ansia. Desbordó el espacio un estruendoso trueno. Siempre, me dieron, de niño, mucho miedo, las tormentas:  entre el tonante horrísono de los truenos y el fulgor de  los rayos, a veces, las de verano, diríanse preludio del Apocalipsis. Del atronador ruido, que se te mete hasta las entretelas, decía la gente que eran los carros de Pedro Botero, rodando por el cielo.

    Ya he dicho que había ido solo, con toda mi ilusión, pero de ninguna manera había previsto el fatal desenlace. Haciéndome el valiente, sólo en mi silla, hacia la parte de atrás, entre truenos y relámpagos, influenciado por una especie de pena que se me antojaba, porque me daba cuenta de que es que no había “pasta gansa” para los únicos personajes que a mí me interesaban,…mientras la representación continuaba….como si tal cosa, noté que empezaba a caer agua por un rincón, el techo de plástico debía estar mal colocado. Sintiéndome solo, perduto y abbandonato, como la Traviata, y, además, profundamente defraudado, empecé a llorar como un tonto. La función continuaba, impertérrita, allí nadie me hacía caso, y yo tampoco conocía a nadie. Algunas señoras miraban hacia atrás con impaciencia, como buscando al habitual adulto responsable, a cargo del llorón que andaba estropeando el espectáculo, añadiéndose a la imprevista, e indeseable tormenta. Mientras veía sus caras preocupadas,  pensaba yo que no debería llorar, y que tenía que tranquilizarme de cualquier manera. Juro que lo intenté de todas las formas, pero lo de controlar las emociones, a esa tierna edad, no funciona todavía….y yo lloraba, lloraba, y lloraba… cada vez más. Como, no solo no se me cortaba la histérica llantina, sino que arreciaba, sin visos de terminar, sintiéndolo muy poco, decepcionado, abatido y con las orejas gachas, volví a casa llorando y asustado, para terminar la tormenta bien resguardado….en las faldas de mi mama Nina.

     Nos volvía locos un guiñol que traían todos los años a la Plaza, durante las fiestas. Se llamaba Curriqui. Todos los niños lo esperábamos con entusiasmo. Se daba la función por las mañanas, en un lateral de la Plaza. El espectáculo habitual de marionetas, en el que el protagonista  pregunta a los niños si han visto al lobo, y los niños gritan, desgañitándose hasta extremos difíciles de describir con palabras….”está detrás de ti!!!”, y parecía que el tonto del Curriqui no se enteraba, él , solamente preguntaba….y preguntaba, mientras el Lobo se acercaba,…y se acercaba… El griterío infantil, alcanzaba cotas inimaginables. Aunque nunca había que preocuparse. La historia siempre terminaba bien, la Caperucita con Curriqui, corriendo tras el lobo, de un lado al otro de la escena, repetidas veces, mientras “el bueno”, “el guapo” de Curriqui, atizaba al pobre lobo con un palo tan grande y pesado, que se veía obligado a cogerlo entre los dos brazos. Y… ¡toma!, y ¡toma!, y ¡toma!…  Nunca entendí como podía hacer un ruido tan grande, aquel palo, sobre la pobre cabeza. Y el lobo…” ¡ay, ¡ay!, ¡ay!…”. Con dos o tres años, de las mismas marionetas, ya me empezó, casi, a caer bastante mejor el lobo, el  pobre lobo, que siempre salía apaleado y perdiendo, al igual que el Coyote con el Correcaminos, que el pretencioso de Curriqui, ese cursi, a la vez que guapo y prepotente personaje, dotado, además, con una voz de falsete aflautado, como de refinadísimo mariquita, y se pasaba el tiempo corriendo al lobo, ayudado de una pareja de guardias civiles con tricornio, “el podeeerr”,  que de vez en cuando se llevaban preso al desgraciado bicho…

     Los Gigantes, siguen siendo los mismos. Una estructura de madera alta recubierta de tela, provistos de  una cabeza, en consonancia con el tamaño. Lo lleva el hombre que se mete dentro, eran el rey y la reina….las primeras veces que los ví, me daban bastante miedo, porque creía que eran de verdad, y los comentarios de los adultos, queriendo hacerme ver que eran “de mentirijillas”, no me llenaban mucho el ojo, por si acaso… Corríamos detrás de ellos. Yo, siempre cauto, a una prudencial distancia. Subían, por la carretera, hasta llegar al bar de la Pista, el que fue de Juan Antonio, y que, en los nuevos tiempos que corren, se llama “El Cazador”, allí, los gigantes se bebían un cervezón, porque ya sudaban a raudales. Luego volvían a la Plaza por el Arroyo. Para ir a su lado, había que andar deprisa, y estar bien atento, porque los anónimos cabezudos, rémoras habituales de los gigantes, como si fueran el ejército que los protegía, mucho más pequeños y ágiles, con sayas de tela,  de cuerpo entero, bien ceñidas a la cintura gracias a una cuerda, para permitirles todo lujo de movimientos. Poseedores de un inmenso cabezón de cartón, que resonaba con los golpes, sin hacer daño al que iba dentro, se movían con mucha más velocidad que los hipertróficos, y parsimoniosos gigantes. Iban bien provistos de varetas de olivo, o retama “ad hoc”. Atizaban con ellas a la chiquillería infantil, azuzada y provocada contra los cabezudos, precisamente por aquellos que siempre se escapaban por correr más, por agilidad, reflejos, o pura picaresca, “auténtica marca ESPAÑA”. Los cabezudos  no tenían nada que perder….Algunos de los que se vestían de cabezudos, debían experimentar un placer especial, al sacudir a una panda de niños indefensos, y mucho más a algunos un poco mayores, ya no tan indefensos, que iban con ganas de bronca, y ponían, a veces, en aprietos, a los cabezudos. Las fintas de Simbi, eran antológicas.  Me pregunto si alguno de aquellos… no ha terminado de antidisturbios a causa de aquel primer contacto con el abuso de los que más pueden… contra el pueblo.

     La verbena es algo que no empezamos a apreciar hasta que nuestros padres comenzaron a permitirnos llegar… a las tantas. Mucho más permisivos con los niños que con las niñas. Con catorce años, siempre se presentaba alguna madre, o padre, preocupados, para llevarse a su descarriada hija a casa….¡¡Que ya son horas…!!. Eso, en el caso de encontrarla. En un pueblo todo el mundo se conoce, y basta preguntar a cualquiera. ….”Pues la acabo de ver en tal sitio”. Una vuelta, un poco más nutrida de lo normal, y acababan encontrando a la, afanosamente buscada, para echarle en cara, fulminantemente, que tenía que haber llegado a casa dos horas antes…., eso si no la arreaban un fulminante “zumbío”. Gimoteos, ruegos, súplicas, para quedarse, con los amiguetes, un poco más, pocas veces atendidas por los ultrajados y cabreados padres. En una ciudad es impensable ver a chicos de doce y trece años sin sus padres. En un pueblo es algo bastante frecuente, todos cuidamos de todos….genial, genial.

     Eso…, cuando alguien sabía dónde encontrar a la buscada. Que, otras veces, andaba “de campo”, y aparecía cuando procediese. Muchas veces, menos de una hora, antes de que la aurora comenzase a  acariciar el negro horizonte nocturno, con sus rosados y luminosos dedos….furtiva, intentando, desesperadamente, no hacer ningún tipo de ruido, a ver si su madre o su padre se levantaban, justo en ese momento, para echarle en cara su falta de palabra….. Ejemplo: aquel día que la madre de Carlos Jado, el primo de Adolfo, le dijo, mientras entraba en casa de puntillas, ya bien entrada la mañana: “Carlos: ¿a dónde vas?….” a lo que Carlos, irredento socarrón vocacional contestó: “¡¡¡Chssssss!!! (en voz baja), ¡¡¡que no voy,…..vengo!!!”.

     De bailes, con corta edad, sé más bien poco. Mi padres no era amigo de manifestaciones multitudinarias, de “chusma”, como él la denominaba, ni de fiestas. Mis primeros recuerdos nos pertenecen a  nuestro grupo de amigos, y de divertirnos, igual, en la verbena, con todo el mundo, que de tomar, por asalto, el cine Palacios o el Capitol, propiedades de la familia, cuando ya  empezaban a dejar de funcionar. Al menos los dos locales recuperaban la alegría de disfrutar un grupo de jóvenes de cuando en cuando. Parecía que cualquiera de los dos cines, se alegraban cuando entraba alguien, aunque no fuera ya para ver ninguna película, sino para hacer botellón, garrafón o guateques, bien  pasados de fecha hacía ya tiempo.

     La verbena, en el Polideportivo, bajo la piscina, fue de pago unos cuantos años, así que, aquellos que no tenían dinero podían oír la música…desde fuera (se estaba muy bien) y se ahorraban una buena pasta. Pero esa ha sido la última ubicación del baile popular. El cha-cha pun clásico, de años anteriores a la construcción de la piscina, era en mucho más pequeño formato. Los grupos tocaban desde el balcón del Ayuntamiento, en la Plaza. He conocido hasta tres músicos tocando a la vez, un saxo, una batería, una guitarra y alguien que cantara…espectáculo asegurado. En la Plaza, habida cuenta de que, prácticamente todo el espacio útil, estaba ocupado por un jardín….bonito, cuidado, pero….un jardín en medio de una plaza, ya, de por sí, pequeña…roba sitio a las personas, y las plazas de los pueblos, son, antes que nada,  para las personas….. Consecuencia: no se cabía….menos mal que empezó a decantarse, año tras año, y progresivamente, la marabunta, hacia la Piscina y el Parque, sitios más abiertos en donde cabe todo el  mundo y más….a la vez que se quitaba personal a los negocios de la parte Este, los bares de arriba y los de la Plaza. Podrían haberse repartido mejor, siempre, las atracciones, las manifestaciones y los bailes, pero no es mi trabajo ese, tampoco me llama la crítica,  y tarea difícil debe ser, organizarlo , ya que nunca llueve a gusto de todos, y cada uno tira de la manta para sí…

    En la Plaza no se cabía, es más: aquel que cogiera una mesa en cualquiera de los bares…era tonto si no la conservaba toda la noche. Máxime, teniendo en cuenta que las atracciones se encontraban entre la Torre y el Arroyo. La única zona en la que se podía bailar (bailar es algo vistoso) era, justamente, la estrecha franja que quedaba entre el jardín y el Ayuntamiento. La fuente y los corredores llenos de gente escuchando, hablando, chistes, risotadas, y tabaco, tabaco, tabaco….tooodoo el mundo fuuumaaabaaa….siempre. Raro era aquel que no fumara, y en mi época, además, empezaron a hacerlo las mujeres, aquello parecía el advenimiento del Armageddón por humo. Porque, en verdad, la que fumaba, fumaba con todas las ganas del Universo conocido…

    En unas fiestas, a eso de las tres de la mañana, Pepe, “el orejas” servía, ampliamente sobrepasado por el trabajo, la terraza, bien repleta, en la cafetería de José Luis. Apareció, …como de la nada, una niña forastera, parecía bastante maleducada y “pegajosa”. Quería un helado. El pobre chaval, que tendría catorce o quince años,  andaba yendo y viniendo, agobiado con las comandas, y, a los diez minutos de llevar detrás a la “coleguita” insistiendo, “erre que erre”….acercóse a los helados, paróse al lado de la nevera y preguntó a la niña qué quería; ella contestó: “un helado de limón”.  Pepe levantó la tapa de la nevera (esas tapas negras que pesaban un montonazo), donde se encontraban los helados, y preguntó a la niña, a su corta edad, tenía ya, ….mucha escuela. Con total seriedad, como sin darle la menor importancia, y mirando a los ojos a la niña, inquirió: “¿frío….o caliente…?”. La niña se quedó un segundo, pienso que procesando, a toda velocidad, muchos datos…. maquinando, en suma, a nivel cerebral, o intelectual, y, pienso que, solamente por ver qué pasaba, de un aire muy malicioso, jocoso y horriblemente provocativo para cualquier niño, de esa edad,  le masculló….como de muy mala leche, y con mucho retintín, pronunciando la palabra con estudiada lentitud: “mmmm. . .C a l i e n t e . . .”.  La respuesta no se hizo esperar, pero llegó después de un soberano portazo de “cierre”…..”¡¡… se nos han “acabao”…!!”. La tez de la niña mudó, en dos décimas, de sonrosado pálido, a púrpura oscuro, y, no sabiendo qué contestar…se fue, con toda seguridad, a llorar al que, seguramente, le había dado todos los ejemplos del mundo para que ella actuara con esa prepotencia. Espero que la chica haya terminado bien. Yo estuve de risas, contando la anécdota a todo el mundo,  el resto de la noche, y sigo haciéndolo.

 C o n t i n  u a r á …

MANUEL PALACIOS 12 DEJULIO DE 2010