DOÑA ELOÍSA, UNA REDACCIÓN, Y EL LUJO DE “LA ROMUALDA”
Manuel Palacios
Doña Eloísa era nuestra profesora de francés. Esa hora; una especie de bálsamo desestresante, teniendo en cuenta que todas las materias eran impartidas por un férreo profesor que no permitía ninguna a ninguno. La clase de francés era diferente. La impresión que daba, a bote pronto e infantiles entendederas, era de falta de autoridad y carisma, pero me parece el problema era muy diferente. La cuestión era que Doña Eloísa, persona muy respetuosa y tremendamente bien educada, no estaba demasiado atraída por la labor de reprimir la expresión de sus alumnos, actitud loable y demasiado avanzada para aquellos tiempos predemocráticos. Rubia, tranquila, parecía pasar de todo, y de repente, en el primer examen de trimestre, a casi toda la clase le puso un «cuatro», es decir: un suspenso. Las malas lenguas le adjudicaron rápidamente un sobrenombre: «Doña cuatro», felizmente no duró ni un año, luego siempre fue Doña Elo. La recuerdo con mucho cariño.
Éramos chicos y chicas, con lo que cascan estas últimas, de diez, once y doce años, confinados día tras día y hora tras hora, si exceptuamos la gimnasia y los recreos al aire libre, entre cuatro paredes y sometidos a disciplina que no admitía fisuras. Llegábamos a francés. Ella, normalmente, sacaba a leer a la gente a su mesa para corregir la pronunciación. Imagínese el personal escuchar la frase «Marie Claude et Jean Pierre vont a l´école» como la leería un español, y más allá… llegando a cambiar la «s» por el sonido «h» aspirada del castúo purísimo, en los plurales «les poules…». Muchas veces la hemos oído exclamarse y pasear los ojos mirando por encima de sus gafas con la intención de encontrar algún espíritu connivente con el que poder compartir su asombro: «¡Dios mío!…¡qué pronunciación!». El caso es que, mientras leía aquel al que le hubiera tocado, el resto de la clase se enfrascaba en un murmullo de fondo que iba, indefectible, y paulatinamente, creciendo de tamaño, era la sensación de estar violando las normas más elementales de educación estudiantil sin tener ningún problema. Como hablaba todo el mundo, pues no se podía expulsar a toda la clase. Pienso que la profesora se debía de haber cansado muy pronto de gritar y gritar ¡Silencio! cada dos minutos y decidió no imponer nunca más orden. El murmullo, a base de engordar, por falta de límite, sobrepasaba ese concepto, así que se podía hablar de «ruido de fondo» con todas sus consecuencias. De la clase de Doña Eloísa, que tampoco expulsaba a mucha gente, hay mucho que contar, pero yo, con el tiempo, se lo estoy empezando a agradecer. Supongo que aquel ruido de fondo le molestaba, a ella la primera, pero se abstraía de fácil forma con el alumno que tuviese al lado y pasaba totalmente.
Esta viene de perlas: un día, en una clase de las suyas, en medio del estruendo que suponen diez o doce corrillos distintos, aunque sean de cuchicheo, en un recinto cerrado, había un grupo de cuatro colegas sentados en dos pupitres contiguos, los primeros de la fila que daba contra la pared, cantando una canción que en aquel tiempo estaba de moda: «¡¡¡Esta noche hay una…..(dos golpes de percusión)…Fiesta!!!». Los cuatro vocalistas eran Filiberto Hoyos Peñas, Bautista Morano Pacheco, Diego Fernández Calles y Juan Francisco Caminero, también Calles. El ambiente absolutamente distendido, habitual nirvana de la clase de Doña Eloísa, y yo, completamente extasiado me encontraba, por tener la oportunidad de escuchar a un grupo cantando tranquilamente, en verdad, con cierta consideración acerca del volumen…se oía claramente, pero no abrumaba por estrepitoso. El murmullo de las demás conversaciones ayudaba a que pasase desapercibido el alarde musical de «Los cuatro del CLA». Cantaban, cantaban y alguno más andaba alucinando conmigo, igual del resultado que de la posibilidad de disfrutarlo en el curso de una clase, es más: llevaban un buen rato interpretando, mientras cualquiera que fuese recitaba al oído de Doña Eloísa algo parecido a “jaimerai avoir la plume de ma tante”. Comenzó el tremendamente conocido estribillo, un poco más alto, ya que aún perduraba la etapa «crescente», más o menos tenían que oírse entre ellos para que el resultado no fuese desdeñable. Los que estaban sentados en el pupitre delantero tenían la cabeza girada en plan grupo vocal «a capella». Comenzó una vez más : «Esta noche hay una…….. » lo que había entre «una» y «fiesta», ya lo hemos comentado: una pausa larga con dos golpes de percusión. En ese momento «pasó un ángel», el murmullo total se desvaneció, encajaron los silencios de todas las conversaciones y se definió una sublime tranquilidad acústica, acompañada de una sensación de orden absoluto, seguramente impuesta desde otra dimensión. El murmullo de fondo habitual de la clase de Francés se convirtió en un marco de silencio reverente. Lo único que se oía era al que estuviera leyendo, y, seguramente, también se acompañó de un silencio por su parte, supongo que motivado por la extrañeza, el caso es que nos miramos unos a otros, incluída la profesora, absolutamente atónitos por aquella coincidencia increíble. Había paz, una distensión, una extensión, un descanso para las almas de todos (sobre todo de la profesora). Momentos de los que recuerdas toda la vida….y de repente, quebrando aquel milagroso regalo de paz, y proviniendo del ángulo delantero derecho, llegó una palabra bien acordada con su correspondiente tono al unísono de cuatro voces: «¡Fiesta!». Podían haber elegido otro momento, pero… es que no se podían parar. Siguió un regocijo completo de todos los asistentes, risas y risas, exceptuando el gesto serio de Doña Eloísa, que se encargó de echar de clase de manera fulminante al improvisado coro. A estas alturas ya nos habíamos enterado de que salir expulsado, era muchas veces absolutamente liberador y pocas veces trascendente.
Una vez fue expulsada una hilera de bancos al completo anunciada por la frase: de fulanito de tal a fulanita de cual, ambos incluídos, y hasta la pared, a la calle!!!, creo que fue Doña Antonia. En esa misma clase (la última del pasillo a la derecha) fue famoso el episodio en el que un compañero nuestro trajo de Madrid artículos de broma y soltó polvos pica pica en exceso desde el fondo del aula, y, todos los alumnos, uno detrás de otro, y progresivamente, fueron estornudando a medida que el polvo alcanzaba más y más radio de acción. Ella se encontraba intrigadísima por aquel episodio crítico y contagioso de alergia simultánea, comunitaria y progresiva, hasta que el puñetero polvo le llegó por fin; tras dos protocolarios estornudos y diciendo el nombre y los dos apellidos sin equivocarse de persona, echó fuera al responsable. Esa vez si que hubo problemillas, porque estuvieron a punto de expulsarlo. En fin: cosas de niños.
Por aquel tiempo, la misma Doña Antonia nos solicitó una redacción que tuviese al pueblo de Logrosán por protagonista, espero que le guste la que le estoy ofreciendo ahora, aunque venga con más de cuarenta años de retraso. No sé por qué me dio por ahí, pero me dio. Estaban arreglando el pueblo, y andaban eliminando el empedrado para sustituirlo por pavimento de cemento, mucho más bonito y limpio, a la vez, y lógicamente, más sucio, porque toda la porquería resaltaba cinco veces más que sobre las piedras, esas que, de alguna manera, camuflaban el deplorable estado de las calles que muy poca gente barría (a no ser su propia puerta). Yo, bien dispuesto, articulé mi redacción como un artículo reivindicativo y social…tenía diez u once añitos. Hablé de los “carreteristas”, los que tenían casas cerca de la carretera de siempre, esa alfombra de gala color gris tan importante en la vida de cualquier pueblito. Esos lo tenían todo, saneamiento, agua corriente, calles asfaltadas, limpias, bonitas, bares, gente guapa….pero existían otras especies a las que yo pertenecía: los “arrabalistas”. Todo el escrito era preguntándose por qué ellos tenían las calles más que arregladas y los arrabales andábamos fatal. La profesora se rió un montón y me prometió que llevaría la redacción al Ayuntamiento, a lo mejor anda por ahí todavía. También me explicó que era normal que se empezara a solucionar el problema del empedrado desde el centro hacia el exterior, cosa que me tranquilizó sobremanera e hizo que mi coraje e indignación dispusieran de fecha de caducidad. Un buen día, por fin, le tocó el arreglo a nuestro barrio, entonces nos quitaron mi lancha de la puerta (una piedra granítica grande de molino) y al tío Santiago un trozo de columna, como asiento, que tenía a la suya, nos dieron el futuro quitándonos, siempre es así, cosas bonitas del pasado.
En primero de Bachillerato vinieron chicos y chicas a estudiar de Madrigalejo y de Cañamero, estos disponían de un autobús, los de Madrigalejo vivían en Logrosán, eso creo. Así que, en nuestra clase apareció un día una chica que debía ser algo mayor que nosotros, aparte de estar bastante bien desarrollada para su edad; se llamaba Romualda. Mucha gente la llamaba Romy, pero a mí me gustaba llamarla Romualda, es más: a una de nuestras cabras llegamos a llamarla “Romualda”, era blanca con manchas de color beige claro, y aquí tengo que enlazar con una anécdota preciosa que tuvo que dejar una buena plancha a algún incordiador de esos que comentan en los foros, con mala idea, y siempre guardando el anonimato. La reservo para el final.
La “Romualda”, en palabras sinceras, estaba, de cuerpo y presencia, como para “desquiciar absolutamente” a todo un batallón de artillería, pese a su temprana edad, y yo puedo decirlo, porque tenía diez años, no se me puede acusar de perversión de menores, y tampoco a ella, los dos lo éramos. Yo, menor que la aludida en todos los sentidos… y sin cualquier puñetero resquicio de remedio. La chica aquella era una delicia de cara, pelo negro, ojos preciosos, vestida con pantalón «moulant» (se impone el diccionario de francés, lo siento, yo lo tengo que decir así) o, peor aún, una minifalda de tablilla y a cuadros, luciendo unas piernas más hermosas que cualquier escultura griega clásica de la época más bella. Era como si se desparramase la luz a su alrededor, de forma natural, sin siquiera quererlo ni saberlo ni entenderlo, pero si que es verdad que daba alegría (más que alegría) a nuestra clase. «el colegio de Logrosan es triste porque no tiene balcones, pero tiene a la Romualda, que alegra los corazones». Entre todos: ¡quééé booooniiiitoooo!!!!. De verdad espero que le guste, sé que me lee y que nunca la vamos a olvidar ninguno de los que entonces la conocimos. Realmente importante es esa chica, tenga los años que tenga y navegue por donde navegue, muchos espíritus nunca la olvidarán, y no creo que fuese solamente por su maravilloso aspecto. No era el físico, por otra parte, como ya he dicho, absolutamente despampanante. «Despampanante» es un término correctísimo como adjetivo. Estuvo uno o dos años entre nosotros. Las malas lenguas decían que se levantaba utilizando sus encantos para que le soplaran los profesores las soluciones en los exámenes finales, y en los trimestrales, pero más bien creo que, en realidad, usaba sus encantos para distraerlos a fin de que los demás pudiésemos hablar entre nosotros para “homogeneizar respuestas”. También distraía a foráneos vigilantes de finales, cómo no?, y mucho más a las profesoras, (no a las nuestras, sino a las que venían de Cáceres) éstas bastante alteradas ante el espectáculo de su hermosura, su apostura y su natural, que nunca forzada manera de provocar el caos a su alrededor, repito, sin ninguna intención, dudando qué debían sentir, en justicia, ante aquella espectacular persona, si expectación, si envidia, si escandalizarse o, simplemente, aplaudir a la madre Naturaleza o a los padres de la criatura…..
Siempre la ví como si su grado de maduración personal anduviera cinco mil veces más evolucionado que cualquiera de los de sus compañeros de clase. Cuando se levantaba para preguntar, los demás aprovechábamos para copiar o soplar los problemas más difíciles y las traducciones más complicadas entre nosotros. En tercero se pasó mi traducción de latín a todos los que quedaban desde el centro hasta la última fila.
Para terminar, alguien se interesó hace poco por mi persona en el foro de Logrosán, preguntó si Manuel Palacios era el alumno del CLA de Logrosán….otro alguien, creo que Juan de Miguel, le respondió explicando que sí, que era el mismo, y un anónimo se refirió a mí en términos bastante desdeñosos o equívocos…no se puede gustar a todo el mundo, sobre todo a los envidiosos. Cuando la persona que preguntaba, aclaró que era Romualda, mi amiga Toñi Mauricio, otra rompecorazones, me escribió tronchada de la risa, porque el fulano anónimo se había metido con mi orientación sexual…que, entre nosotros, a mí nunca me ha dejado lugar a dudas, y se reía, comentando que el pavo en cuestión no debía saber quién era la que se interesaba por mí. Desde entonces tengo su correo y su faceboock, y ella el mío. Le deseo lo mejor en Benidorm, y le mando un millón de besos y abrazos que, evidentemente, nunca pude darle, aunque me hubiese apetecido sobremanera, uno no es de piedra.
Corazones de medio colegio y más allá terminaron prendidos de su persona y del espíritu que destilaba. Don Tomás no sabía dónde meterse cuando se acercaba a él, para otro tipo de relaciones fetichistas raras, preguntar a muchos enamorados más, que andaban hasta las cejas con los primeros maremotos de testosterona, esos cuyos embates yo aún no había sufrido.

La publicidad es siempre gratuita para empresas de las Villuercas. Se mantendrán visibles no más de tres anuncios y por un tiempo limitado.
Contacta con logrosan01@gmail.com

