Las leyendas e historias contadas de abuelos a nietos durante generaciones, nos traen hoy la que nos narra cómo la aldea de Logrosán dejó de serlo y de pertenecer a Trujillo para convertirse en Villa con independencia plena.
por Carmen Bernardo Ruiz
En los años ochenta del siglo XVIII, Logrosán aun era una aldea que pertenecía a las tierras de Trujillo. Pero un grupo de hombres de este lugar, creyeron que Logrosán merecía ser villa y decidieron solicitar a la más alta instancia, el rey Carlos IV, la declaración de villa.
Dentro de este grupo de hombres, se encontraba mi antepasado Juan de la Cruz Rodríguez natural de Guadalupe, vecino de Logrosán y casado con Catalina Soriano Blázquez natural de Logrosán. Hombre de estudios que ocupaba por aquellos años el cargo de escribano del ayuntamiento y que fue el encargado de realizar y gestionar la solicitud.
Mi padre Juan Bernardo Cuadrado, nos contaba muy a menudo la historia de cómo su «abuelo» (Así lo llamaba él, aunque en realidad era su tatarabuelo) había «hecho» villa a Logrosán. Historia que a su vez le había contado su madre cuando era niño allá por la década de 1880.
Contaba mi padre Juan Bernardo, que cuando se hizo dio a conocer la solicitud en la aldea, se creó un gran revuelo entre sus habitantes, y muchos lo veían como algo imposible ya que pensaban que Trujillo nunca iba a consentirlo. Lo veían como una lucha entre David y Goliat.
Esto llevo a que gran parte de la aldea no se lo tomara en serio y empezaran hacer chanzas sobre esas «pretensiones secesionistas».
Así corrió por todo el lugar un dicho en forma de burla o mofa, que decía así:
«Es más fácil que una burra aprenda a hilar, a que sea villa Logrosán»:
Sin embargo, en mayo de 1792 el rey Carlos IV concedió por fin y contra todo pronóstico y sorpresa de los lugareños, el «título de villa a Logrosán».
Ante el asombro e incredulidad de la gente, Juan de la Cruz, decidió responder a las burlas que habían recibido durante este tiempo, ordenando que trajeran una burra y la colocaran sobre el lomo atada una rueca, colgándole un cartel en el que se podía leer:
«La burra no sabe hilar, pero ya es villa Logrosán». Mandado que pasearan a la burra con la rueca y el cartel por toda la «villa de Logrosán».Esta historia ha ido pasando de generación en generación en mi familia y es para mi todo un honro y placer poderla compartir con todos los vecinos de la villa de Logrosán.
Carmen Bernardo Ruiz