Juan María Calles nació y pasó su infancia en Logrosán. Desde hace años vive en Castellón, pero ni puede arrancar a su pueblo de sus recuerdos, ni la poesía de su manera de entender la vida.
Los XXXIV Premios de la Crítica Literaria Valenciana, organizados por la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), reconocida por la Asociación Española de Críticos Literarios, se fallarán el día 11 de abril en la BIBLIOTECA VALENCIANA, coincidiendo con los treinta años de su creación, con el patrocinio de la Dirección General de Cultura de la Generalitat Valenciana.
Los premios se otorgan en tres modalidades de Poesía (a la que opta el paisano Juan María Calles por su obra Una figura de barro), Narrativa y Ensayo y No Ficción, y se conceden a las mejores obras, a juicio de la crítica literaria valenciana, publicadas durante el año recién finalizado.
Juan María Calles Moreno es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia. Destacan sus investigaciones en el campo de la teoría literaria y de la literatura española contemporánea. En 1986 obtuvo el Premio Adonais de poesía. En la actualidad acaba de ganar también en 2014 el Premio ”Miguel Hernández” con su poemario Una figura de barro. Entre sus libros de poemas destacan: Silencio Celeste, Madrid, 1987. Premio Adonais 1986. Viaje de Familia, Valencia, 2002. La tripulación del Estrella, Castellón, EllagoEdiciones, 2005. Materia sensible (Antología poética), Mérida, 2009. La música del aire, Sevilla, 2012. Poética del viajero (Premio Juan Ramón Jiménez 2014).
Un ejemplo de su extensa obra es este poema dedicado a su padre donde recrea de forma poética el paisaje logrosano:
Los zapatos de mi padre
El día que mi padre me entregó sus zapatos gusté el agua salvaje de los sueños.
Mi alma cruzó la dehesa, abrazó las encinas y saludó a las águilas cantando la balada del soldado sin patria.
Ardían sendas de oro en el cielo puro de esa mañana primera y única.
Nuestras venas traspasaban praderas desbordadas de savia enamorada.
Entonces nuestra lengua era el camino.
Almorcé con el zorro,
vibré junto al viento entre las retamas,
me empapé con el agua del riachuelo,
volé con el milano el arroyo impalpable del olvido,
nadé junto a las águilas
la yerma bahía de la memoria…
y me senté a llorar junto al corazón acantilado de los antiguos bueyes.
Así aprendí los nombres de las cosas.
Mi padre me enseñó a cruzar ríos, a tender puentes de luz en medio de la niebla.
Mi padre me enseñó a leer los bosques y a charlar con el otro que siempre va conmigo.
Así creció, así ardió mi corazón de barro.
Mi alma fluye escuchando ese murmullo,
esa sabiduría de los siglos…
agua del tiempo en mi cabeza cana.
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