Un veintitrés de junio de mil novecientos cincuenta y nueve, nació en Logrosán, provincia de Cáceres, una niña a la que pusieron de nombre María.
Cuatro kilos y medio de peso, una espesa cabellera, castaño oscuro, unos ojos, que según su madre no paraban de mirar de un lado a otro, vivos y brillantes, con ganas de comerse el mundo, sin haber pisado la tierra, sin haber visto el más hermoso de los cielos, el que la cubría. Sin embargo, nació habiendo sido mecida y acunada en el líquido
amniótico más dulce, acogedor y envolvente. Desde dentro del útero materno podía escuchar la más hermosa de las sinfonías, el latido del corazón de su progenitora y acariciada por unas manos hechas para tal fin.
Creció mimada, no consentida, amada, llena de dulces besos, de suaves caricias… educada en valores, grandes valores… a sentirse una más…ni superior… ni inferior, prudente, educada, cariñosa, amable, obediente…y con una sonrisa que cautivaba. Aprendió a hablar desde muy pequeña y a preguntarse el porqué de todo, todo le llamaba la atención. Una niña llena de ilusiones preparada para descubrir en cada día, un motivo para sonreír.
Ya con pocos años, su madre la peinaba primorosamente con trenzas a diario, sin lazos, ese privilegio se guardaba para los domingos y fiestas de guardar. Primero con flequillo, después sin él.
La gustaba pasear por el campo, revolotear detrás de las mariposas, las blancas eran sus preferidas, jamás osó tocar ninguna… eran mágicas…
se tendía sobre la hierba fresca, mullida, con sus trenzas estiradas y desde allí divisaba el ballet que organizaban las bandadas de pájaros que al atardecer iban a recogerse a sus nidos, escuchaba sus dulces trinos y se sentía especial, esa música era expresamente para ella… algún gorrioncillo acudía cerca a picotear las miguitas que previamente había dispuesto para dicho fin… lo miraba ensimismada… sin perder un detalle… las flores ponían el color en el escenario, inhalaba poco a poco, y descubría el aroma de cada flor que la rodeaba… los atardeceres, con sus hermosos colores, conformaban el capítulo diario de su vida.
Por la noche, deshechas las trenzas para dormir… observaba su larga melena, con ondas, ¡como la gustaba el pelo rizado!… pero siempre lo tuvo liso.
Llegó el día de su primera comunión, la noche anterior miraba su hermoso vestido blanco, inmaculado… su velo, sus zapatos, sus calcetines… su medallita, sus guantes, su libro de oraciones, su rosario de nácar y su limosnera…y soñó… con unos hermosos tirabuzones, ¡se veía tan guapa!
Llegó el día…su madre empezó a vestirla con esmero, con una sonrisa en la cara… orgullosa de su niña, llegado el momento del peinado, giró la cabeza y divisó unos hermosos lazos blancos… perfectamente planchados, no daba crédito: ¿ trenzas?… sí hija, es como más guapa estás… todavía, hoy cuando mira las fotografías de ese día, ve en sus ojos la desilusión… ni un atisbo de sonrisa… aún, sigue echando en cara a su madre que no la diera, ni ese día , el gusto de cambiar su peinado.
Siempre fue una niña tímida, poco dada a destacar y muy, muy sensible.
Recuerda un episodio relacionado con sus trenzas: vivían en la C/ Oliva, su madre la mandaba todas las tardes a algún recado, en vez de ir directa por su calle, atravesaba por una callejina paralela, que iba derecha al comercio de Agustín Arroyo, dos niñas, un poco mayores, se apostaban una en la entrada de la calle y otra al final de dicha travesía, allí la acorralaban y la daban tirones de “ sus hermosas trenzas”, ante la negativa de volver a comprar, no la quedó otro remedio que confesar a su madre el hecho, ésta habló con sus madres y lo cortó a rajatabla…
Pasado un tiempo, Mari pegó un estirón considerable, y las otras dos se quedaron a la altura de su hombro, no me ha dicho sus nombres, pero las recuerda perfectamente… las llamó, fueron a su lado y las espetó: a ver quién tiene narices de tirarme de las trenzas ahora, que cara no la verían que echaron a correr y no volvieron a molestar… la madre habló y la hija remató…
Llegó la época del instituto… esa niña callada, obediente… no estaba dispuesta a seguir con el trenzado… se revolvió, pero … trenzas al canto, llegó a odiarlas de tal modo, que en algún momento pensó coger la tijera y cortarlas, pero jamás se atrevió.
De las trenzas, pasó a una hermosa coleta, y cómo noooo… un hermoso lazo.
En la adolescencia se le permitió soltar el pelo, tenía una melena preciosa, siempre la adornaba con peinetas de colores o con hermosos pasadores con flores, a juego con la ropa que llevaba.
Sentada con amigas en los poyos de su plaza, saboreando un polo de los de Atilano, oyendo el rítmico caer del agua de los caños al pilón, embriagada del aroma de las rosas , de ese jardín maravilloso y mágico que pervive en su memoria, pasaban horas viendo transitar a la gente… y por supuesto esperando el despiste del municipal…para arrancar la más hermosa de la rosaleda y echar a correr… hoy no tiene trenzas Mari, pero sí guarda la última rosa de ese jardín… la más preciada, la que guardó para ella Isi Fernández Frochoso.
La vida da muchas vueltas, llegada la época de los estudios universitarios, Mari se hacía dos trenzas, intercalaba los mechones con cintas de colores y se las cruzaba encima de la cabeza, por detrás… ¡y cómo no, preciosos rodetes!, donde prendía flores diminutas y de distintos tono. A sus compañeros les llamaba la atención estos peinados, pensaban que dedicaba una hora solo para eso ¡si supieran que tenía el movimiento de las manos de su madre tan interiorizado que le salían solas!… cuando llevaba así el pelo recogido, había un profesor, que siempre la decía que le recordaban los cuadros de Romero de Torres,
Al final, acabó amando las trenzas, ahora añorándolas, quizás, buscando revivir los momentos más felices de su vida, los años en los que fue pasando de niña a mujer, donde se forjó su personalidad… sigue siendo la misma, hecha mujer…con los mismos valores y llena de recuerdos… PERO YA NO TIENE EL JARDÍN DE LAS ROSAS… en su corazón lleva su aroma…
Ha seguido haciendo trenzas a sus sobrinas, sobre todo a la mayor, y puestas de mil maneras, hoy con casi diecisiete años le sigue pidiendo , alguna vez esos peinados que la recuerdan su niñez … seguro… seguro, que seguirá haciendo trenzas y como su madre las adornará con hermosos lazos.
Pd. Dedicado a Gabriela Báez Pacheco, una niña con trenzas…como Mari, pero ella las disfruta y se siente feliz.
Un beso Gabriela.
Madrid 27 de Marzo del 2019.
M.C.