… FRIYENDO BOTONES: CAPÍTULO 2

LA PRIMERA TV  DE COLOR EN LOGROSÁN (UN MERENGUE COLCHONERO)

La historia de esta confluencia de acontecimientos en una caja de menos de 1/8 de metro cúbico comienza casi dos años antes.

El Sábado 6 de Mayo de 1972 amaneció en Madrid perezoso, quitándose de encima las brumas que traen los días de Mayo que siguen a un chaparrón en la madrugada.

Hay quienes dudan de que el ministerio sacerdotal nos allane el camino que al final habrá de abrirnos las puertas del cielo; es más, dudan hasta de la propia existencia de tales puertas. Pero doy fe de que el alzacuellos, que distingue (más bien distinguía) en la indumentaria civil a los sacerdotes, abría sin mucha dificultad las puertas del Bernabéu, al menos los días que no había partido. Y las abrieron para tres feligreses del Madrí.

Cuando el sol peleaba con las últimas brumas, mi tío Andrés conseguía sin pelea el acceso para que su sobrino cumpliera uno de sus sueños: visitar el Estadio Santiago Bernabéu totalmente vacío. Era como un bautismo en seco que me impregnó de forma indeleble de madridismo irreflexivo hasta, de momento, hoy.

Pero el día no había acabado. Quedamos mis padres, mi tío y yo a media tarde a tomar un café con Don Rafael en la Glorieta de Quevedo. De distinguida presencia, el compañero en el sacerdocio castrense de mi tío, bromeaba con que su alzacuellos sólo podía ser blanco. Me hacía gracia y me aliviaba esa campechanería con la que trataba temas que en la clase de Don Francisco sonaban tan severos.

Pero lo que rompió la gracia y me introdujo en el terreno de los sueños fue el momento en el que sacó del bolsillo exterior de la americana dos entradas para el At.Madrid-Real Madrid del día siguiente en el Manzanares (el verano anterior había pasado a llamarse Vicente Calderón). Era el penúltimo partido de liga y el Barsa nos pisaba los talones. Las horas que tuvieron que pasar hasta llegar al campo se arrastraban desafiando a mi ansiedad por ver a los futbolistas salir al campo.

Fue una tarde agridulce. Los del “aleti” nos dieron bien pal pelo, y sólo el temple de Manolo Velázquez me salvó de tener que esperar a otra ocasión par ver mi primer gol en directo de las glorias deportivas. Don Rafael, cooperador necesario en mi confirmación como madridista. La torta en la cara la pusieron los del aleti de la vieja guardia con Luis Aragonés al  frente de la tropa. Don Rafael me había explicado lo del marcador simultáneo Dardo. Una información críptica pero efectiva. El Barca jugaba en Córdoba; su clave Dardo era “IKE”: “Camisas IKE tres largos de manga por talla”. Cuando en el césped del Manzanares todo era ya anodino, casi no me salía la voz cuando vi el punto rojo en la casilla del Barsa:

 – Don Rafael Don Rafael, el punto el punto . rojo, rojo, …,…. 

Los pocos transistores sonaron a una: penalti dudoso de Rifé a Manolín Cuesta, zozobra, y gol. Final de los partidos y el Madrí campeón de liga.

Un año después, también por Mayo, era por San Isidro, mi madre iba de médicos a la Calle Ayala, entre Serrano y Velazquéz (el que marcó el gol no, el pintor). Me quedé haciendo tiempo con mi tío y nos fuimos al Sears (hoy Corte Inglés) de Serrano. Allí vi por primera vez una televisión de color, echaban los toros que unos cientos de metros más allá se estaban celebrando. Fue una sensación visual sólo comparable a ver las cuevas de Altamira si las hubiera visto. Los tonos tendían excesivamente al rosáceo y eran dudosamente creíbles.

Y por fin otro año después, 15 de mayo de 1974, por la mañana habíamos subido a la ermita a la misa de San Isidro. Allí de lo que se hablaba era de que la Señora Francisca, seguramente influida por su Diego, había traído una televisión de color y que echarían en el bar la final. El personal no le daba mucha veracidad al todavía bulo.

Yo empecé a ponerme nervioso. La semifinal contra el Celtic en Glasgow había encendido el ardor guerrero patrio más allá de colores. La armada invencida del Manzanares en el Celtic Park había resistido a las hordas escocesas al mando del turco Babacán. Con la excusa de lograr una plaza en la final de Bruselas, se intentó por enésima vez vengar la muerte de María Estuardo.

Yo recordaba la humillación dos años antes y la vuelta con Don Rafael, calle Toledo arriba, con los colchoneros hurgando en la cuádruple herida. Tenía que tomar una decisión y quedaban pocas horas.

Lo primero era enterarse bien de lo de la tele en color, cosa que hice de vuelta de la ermita antes de recoger los periódicos en la Doaldi. No anduve con intermediarios, pregunté directamente a la señora Francisca. La respuesta no admitía dudas:

 – Se va a echar el partido, pero en la discoteca de mí Tomás. Así os tomáis algo que si no os arrimáis os arrimáis y nadie consume y la tele hay que pagarla.

 – Señora Francisca, y cuanto cuesta arriba una pesicola?

 – Ocho pesetas. Y si lo ves entero más te valía tomar dos.

 – Puedo subir a verla?

 – Anda Orellana, tira pacasa, tú siempre diciendo cosas raras!

 – Vale subo, Tomás está arriba, que se le ve por la ventana.

Había subido a la discoteca en alguna boda y la última vez que habían venido los de los caballos la víspera del 12 de octubre; la tenía memorizada, las puertas con muelles de vaivén para entrar, los cartones de huevos en el techo sobre la barra, la bola de espejos, el balcón largo sobre la carretera, la puerta impracticable con ventana a ninguna parte tras la que estaba la cabina y los cubos de madera azul oscuro.

Sobre varios de ellos, apilados en reducción, estaba ya presidiendo la sala desde el rincón junto a la ventana del patio de luces una PHILIPS de 23”. 

Tenía la pantalla a la izquierda y el altavoz oculto a la derecha, con seis botones redondos,  entendí que para diferentes canales, en algún sitio lo había leído. Abajo del todo de los botones estaban los tres rectángulos con los tres colores azul rojo y verde igual que los del cartel luminoso que habían colocado los Andrada en la tienda que tenían subiendo a la plaza de Trujillo.

Tomás me miró con la cara que se mira a lo que no tiene remedio y con tono de voz desilusionante me dijo: “hasta las cinco y media no hay ná”.

Un servidor no había atravesado la mirada acerada de la señora Francisca para ver un objeto inanimado: “y la carta de ajuste?”. Tomás, que esperaba mi réplica, dijo arrastrando la “i”: “a las ciiiiinco” que entendía como que daba por concluida la negociación.

Pero:

 – En el canal 13 de Montánchez ponen unas barras verticales con un pitido que seguro que son de colores de verdad. Porque ¿la tienes en el canal 13, no?

 – Hay que joerse con el niiiiiiiño! (que culpa tendrían las iiiiiii)

Tomás tiró la toalla y le dio al botón mágico de encender la tele. Antes del despliegue vertical de colores, un pitido vengador se nos metió en los oídos y finalmente apareció esa pantalla maravillosa. Ni la mejor de las series actuales me ha cautivado tanto como los diez segundos que Tomás dejó en marcha la tele a ritmo de pitido insufrible. 

Fueron 10 segundos en los que se detuvo el tiempo. Las barras eran un deleite para la vista. 

Lejos quedaban los filtros de tres colores horizontales. Eran el quiero y no puedo. 

Yo había visto uno en casa de unos familiares en Miajadas y proporcionaban unos colores irreales que dotaban de facultades camaleónicas tanto al caballo del malo huyendo pantalla adentro, como al mismísimo caudillo inaugurando pantanos. 

Desde luego nada parecido al cromo 313 del álbum MAGA “LA NATURALEZA Y EL HOMBRE” en el que hacía ya 7 años que aparecían unos payasos de colores encendidos.

En realidad esta era la primera vez que veía propiamente una tele de colores. La que había visto en SEARS de Serrano justo un año antes, aunque era de verdad, no un filtro, no dejaba de ser una variedad de rosáceos sin alma.

Recuperado tras la emoción y las reflexiones, entendí que mi tiempo se había agotado y para entonces asomaba a la altura del casino la DOALDI de las dos menos cuarto, el tiempo justo para recoger los periódicos.

La tarde entre mariposas, capullos, gusanos, morécanos y hojas de morera al final no fue tan larga y media hora antes de  labor del partido llegó pronto.

Con media hora de antelación estaba ya esperando a que Tomás abriera la puerta que da a la carretera o avisara por el bar bajando por la escalera estrecha de los servicios. Pero no hizo falta, cuando salió la señora María camino de su casa por la puerta de la carretera, me colé y me metí en el cuarto bajo la escalera donde estaba el teléfono de los pasos. Cuando Tomás bajó a avisar al bar por los servicios de que ya se podía subir. Yo eché a correr escaleras arriba. Tomás renunció a seguir luchando contra lo imposible y dio por bueno mi sitió que fue respetado un mes después durante todo el Mundial de Alemania 74.

Lo que cerró aquella noche del día de San Isidro se puede leer en las crónicas y lo que siguió 48 horas después también.

A pesar de la impotencia de dos años antes en el Manzanares, este merengue estrenó la tele en color con lágrimas blanquirojas.

Al fin y al cabo, tampoco es mala mezcla, ser del Madrid para triunfar y del Aleti para llorar. Para sufrir dentro del Calderón, aunque no sea mi casa (Sabina dixit)!

 

JMGOL60 (OCTUBRE2019)

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