Reconozco que estas fiestas, hoy día, no son lo que yo viví de pequeña. Ahora impera el gasto superfluo, todo gira alrededor de lo material, gastar y gastar…cuanto más, mejor.
En los años setenta, los emigrantes, cómo era el caso de mi padre, volvían a casa en esas fechas, y las mías eran Navidad de chocolate. Mi padre traía la maleta llena de regalos, pero sobre todo de chocolates riquísimos que en España no se conocían, como anécdota contaré que mi padre echaba la llave a la maleta y mi madre nos iba racionando tan ricos manjares. Yo, me hice una experta “asalta maletas”. Hacía palanca por un lado, metía la mano y lo que pillaba, porque ver no veía lo que había dentro….sólo al tacto imaginaba, de ahí la célebre frase de mi padre cuando venía: ¿llegarán a Navidad, verdad hija?… él sabía que no.
Mi madre siempre hacía platos especiales, el buen embutido ibérico nunca faltaba. Se hacían buenas matanzas, recuerdo especialmente las gambas y los calamares rebozados (cómo los de mi madre: ninguno), y los dulces: turrones, mazapanes, etc.
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