Por WAGNER (2007) -reedición-
-Tómate un cubata y verás la vida de otra forma, solía exclamar Pepe cuando, al entrar en algún bar te lo encontrabas acodado en la barra, cheposo, con su barba de guerrillero cubano casi rozando el tablero, los ojos vidriosos agazapados tras la vieja montura metálica de sus anteojos, el cigarrillo ducados humeando entre sus dedos índice y corazón, el cubalibre cómplice, y la expresión los esquemas y el pasado, perdidos.
En verdad, la expresión de Pepe era extraña y casi podía asustar algo a las gentes amantes del aseo y el orden externo. Sin embargo, su interior era harto desconocido para sus paisanos. Quienes lo conocieron superficialmente, lo describirían al menos como una persona descolocada y, en todo caso, como individuo de escaso caletre, poco aficionado a doblar el lomo y un tanto remiso a los patrones sociales.
Guardo entre mis papeles una foto que me envió desde Lorca en la que aparece con el pelo corto sujetando entre las manos un cetme, vestido de verde caqui, con ese aire infrecuente que nos da la lejanía. Eran los tiempos de la mili, cuyas peripecias habría de narrarme más tarde de modo nostálgico entre cervezas en el bar de Nuñez. También recuerdo el día de su boda en la iglesia del pueblo. Oficiaba D. Pedro Alonso, aquel sacerdote joven al que las capas sociales más relucientes escatimaban la admiración. Aquella tarde, en el silencio despoblado del templo resonaron, no salmos ni músicas sacras, sino las notas profundas y rebeldes de “Elegía al Che” de Quilapayún, y los que allí estábamos pudimos escuchar el sí de los contrayentes en una ceremonia llana y nada convencional. Era como si de pronto Jesucristo anduviese por aquellos pasillos con una barba y unas gafas muy parecidas a las de Clapton, Lenon y el propio Pepe, en una época en la que aún coleaba la dictadura.
Sucediéronse después largos años en que su hijo Salvador fue creciendo en la casa de la Calle Montera junto a Mari, su madre. Era una estancia de dos plantas, reducida aunque repleta de elepés de Bob Marley, Eric Clapton, Los Creedence Clearwater Revival y otros de los 70 y 80. Cierto que mientras él escuchaba a Marley, otros preparaban oposiciones a Registro o estudiaban ingenieros en Sevilla o Medicina en Salamanca, pero no es menos cierto que Pepe, aún con sus defectos, era sin embargo un soñador inofensivo, un hortelano de la utopía. Esa dama rozagante a la que solemos abandonar por cobardía u otras más augustas razones cuando maduramos, y no me gustaría, como amigo suyo que fui, que su memoria quedase en el colectivo sólo teñida de agravios y desdeños. Era también un romántico bondadoso e inhábil para el daño voluntario.
Muchos creen a pie juntillas que el Paraíso les aguarda en la otra vida, a condición de haber sido sumisos en ésta. Pepe tenía esa dosis de rebeldía intelectual que distingue a los hombres que saltan fuera del cordel y pisando el prado suben ansiosos a descubrir paisajes prohibidos más allá de los alcores del horizonte. De sonrisa fácil y dulce, su discurso era lija y en su mente anidaba empero, una visión lírica del mundo que, sin embargo, pareció rechazarle finalmente como a un cuerpo extraño.
No pude verle en sus últimos días cuando ya, ayudado por dañinos soportes, su mente remontó el vuelo y se retiró del mundo material (del que, por otra parte, siempre estuvo forzosa y paradójicamente privado, cultivador como era de un ateísmo furibundo), autoexcluyéndose del sentido común y de la convención humana.
Y murió obligadamente este amigo.
Expulsado por esta sociedad del malestar.
Incomprendido. Ignorado.
Dicen los que saben, que en el tránsito uno se desprende de sus trabazones y miserias. Es de suponer pues que Pepe finalmente llegaría a la otra orilla casto y purificado, el pelo corto, la piel blanca, rasurado y sin quevedos. Con la mente irreversiblemente lúcida, rodeado de reyes y pastores, habrá podido constatar la verdad final del universo, que vaya usted a saber por dónde brota y si a la postre, no tienen todos que darle la razón finalmente a Clapton en el sentido de que la utopía está más cercana al paraíso que los honores y el prestigio que soportan la miseria humana.
Si es veraz, como a veces se me antoja, que la arroba es el símbolo de los querubines, sirva pues esta red arrobada y prodigiosa para mandarte un saludo desde Logrosán, Pepe Clapton. Quienes te conocimos sospechamos que ni tú estabas del todo equivocado, ni nosotros completamente acertados.
Como tú ya todo lo sabes, ¡bien podrías darnos una pista desde tu remoto rincón del universo!
WAGNER

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