EL TINTERO DE MARÍA. Los vecinos, la otra familia

No es lo mismo nacer y crecer en un pueblo, que en una gran ciudad.

En los pueblos las relaciones son más cercanas, más intensas y emotivas.
Sin duda por ello este artículo, para mí es muy emotivo, todos ellos aportaron a mi vida experiencia, sabiduría, valores y sobre todo mucho amor…de los que me vieron nacer quedan pocos vivos, pero vivirán eternamente en mi corazón, es hoy día y sigo guiándome por su ejemplo de vida.
Estas relaciones duraban hasta la muerte, pero también tengo que reconocer, que cuando había algún enfado…el rencor se transmitía de generación en generación. No es mi caso.

Nací en la calle del Consuelo, de allí algunos de los recuerdos son transmitidos, otros con plena conciencia de haberlos vivido´
La Sra Anita Quintana, se encargaba de cuidarme cuando mi madre se iba a lavar, ella me daba de desayunar, me cambiaba, estaba siempre pendiente de mí. Tenía dos nietos que yo recuerdo con mucho amor: Juana y José Millanes. Juana tenía una peluquería, me quedaba ensimismada viéndola poner rulos y sobre todo haciendo esos cardados que tanto se llevaban en la época. José, su hermano, era mi paseante, mi lazarillo, tenía pasión por mí según me cuenta mi madre, tan es así, que su abuela se enfadaba mucho con él porque no hacía caso a una prima que tenía de mi edad. He tratado de encontraros, pero nadie me da noticias vuestras, me encantaría devolveros con un gran abrazo, ese gran amor que tuvisteis hacia mí.

El Sr. Alonso Gil y Señora, criaron( al fallecer su madre) a una nieta llamada Marian , es la primera amiguita de la que tengo recuerdos…en esa casa sólo entraba yo a jugar con ella, quizás por ser una niña buena y muy obediente, nunca daba problemas…en el patio de esa casa hermosa, un patio de naranjos y lleno de flores de mil colores, jugando a “ los cacharritos” pasábamos horas enteras… eras una niña muy hermosa y rubita, te recuerdo con un inmenso cariño, al igual que a tus abuelos y a tu tía Nina.

A los tres años me fui a vivir a la calle Oliva. Aquí es donde verdaderamente empecé a ser consciente de lo que eran los vecinos.

La Sra. Paula Triguero y el Sr. Francisco. En sus manos siempre la aguja de gancho y sus manos tejiendo las más hermosas puntillas…iba a verla y siempre la encontraba oyendo la novela y haciendo ganchillo, trataba de explicarme en diez minutos, quinientos capítulos, qué capacidad de síntesis tenía. Al Sr. Francisco lo recuerdo siempre sentado por las tardes en el umbral, después de venir del campo, con su Celtas sin boquilla en la comisura de los labios, paquete de tabaco que le compraba yo todos los días, siempre me lo recompensaba, con unos frutos secos, con lo que tuviera en casa. Ambos grandes seres humanos. Me quisieron y los quise muchísimo.

La Sra. Alfonsa y el Sr. Antonio, tenían una huerta en el río, la trabajaban ambos. Siendo yo muy mala comedora, cuando traían del río pececitos, los primeros que se freían iban destinados a mí, en un tazón de loza blanco…me los comía en un suspiro… En mi corazón tienen su lugar.

La Sra. Antonia y el Sr. Martín, trabajaban de pastores, ya jubilados se dedicaban a un huerto que tenían en San Martín. Ella era todo salero, contaba “chascarrillos”, chistes…todas las vecinas se reían con ella.

Cosía muy bien, siempre que entrabas en su casa la veías liada con sus sábanas…el Sr. Martín era mucho más serio, una excelente persona.

Ella aún vive, está en la residencia de FEMAR. Un cariñoso beso.

En la travesía de la Olivilla, vivía el Sr. Fulgencio y la Sra. Catalina, enfrente de mi casa tenían una cuadra con un patio.

Otra que en sus manos tenía constantemente la aguja de ganchillo…la pobre siempre se quejaba de los dolores que tenía en las rodillas.

El Sr. Fulgencio era muy guasón, un día a mi sobrino Ricardo lo llamó y le dijo: Ricardo ven, que veas los chorizos que tengo colgados en el “sobrao”, el otro subió y se encontró con que lo que había colgado eran pimientos rojos de cuelga, mi sobrino no daba crédito, creo que las risas duraron días y días.

Cuando eran mis hijos pequeños se los llevó a coger romazas para el potaje, y les enseñó unas cuevas. Era cojo, se puso a saltar una valla y se rompió la camisa, les dijo: cuando llegue a casa si me oís dando voces acudid corriendo porque la Sra. Catalina me va a pegar. Él ni corto ni perezoso lo hizo, empezó a dar voces llamando a mis hijos, éstos llorando, que tenían que ir a defenderlo, yo les decía que era una broma, al final tuve que llevarlos y que ellos mismos se dieran cuenta…otras semanas de carcajadas. En mi corazón están ambos.

La Sra. Francisca, también vivía en la travesía de la Olivilla, antes de ir al colegio, la enhebraba las agujas con los colores que ella me decía que iba a utilizar, eran las hebras de “María moco, daban para un camisón y para otro”. Ella me premiaba con unas sabrosas naranjas que sus hijas la traían a ella…todavía tengo en mi boca su dulce sabor y su imagen de mujer generosa.

La Sra. Ramona tenía un telar en la misma calle, qué hermosura de mantas tejía, la recuerdo pedaleando…con ese sonido característico. Cuando estaban reunidos los vecinos con esta frase siempre: “Dios mío, Dios mío cómo nos reiremos de nuestras desgracias”. No la olvido….

En la calle Oliva, la Sra. Cándida se dedicaba a hacer fideos, tenía una máquina para tal menester, ponía dos sillas separadas, posaba una caña y allí iba colgando al sol los hilos de pasta que salían de la máquina, siempre con una sabanilla blanca debajo, por si alguno se caía.

Su hija Pili Cano y la hija de la Sra. Catalina, Angelita, se turnaban para dar de comer a una niña que era una tortura para su madre en este menester, yo misma…la peor comedora del mundo…cuánto tiempo me dedicaron. No las olvido a ninguna de ellas, por su paciencia conmigo, y a Pili, la mejor amiga de mi tía Angelita… menos ,ella era y sigue siendo de la familia. Besazo para las dos y muchas gracias.

La Sra. Justa Jado y el Sr. Juan Fernández, amigos y familia, ella hermana de mi tía María, la esposa del único hermano varón de mi madre…eso une a otros niveles.

ÉL un carpintero y ebanista de primera, recuerdo su casa perfectamente y la parte de atrás dedicada al taller…la mejor carroza que procesiona en la Semana Santa de Logrosán, la del Nazareno, fue obra suya,

Todos tenemos marcos y muebles que salieron de sus manos.

La Sra Justa, una modista de primera, me cortaba unos vestidos preciosos, mi madre los confeccionaba bajo su revisión.  Tengo en la memoria un pichi rojo y una camisa blanca, de un tejido sedoso, con un lazo precioso que me hizo para la comunión de uno de mis hermanos, y un traje de chaqueta azul cielo para la comunión del otro.

Mucha complicidad tuvieron siempre mi madre y ella, ahora las circunstancias hacen que no puedan ir al pueblo ninguna, pero se echan mucho de menos y siguen llamándose para preocuparse una de la otra.

Dos seres excepcionales como seres humanos. Les querré siempre.

El comercio de Agustín Pedrero y la Sra. Francisca estaba situado en la gran vía, esquina calle Oliva…puedo ver el establecimiento y cómo estaban colocadas las cosas sólo cerrando los ojos. Según se entraba a mano derecha tenían una especia de salón comedor, donde se encontraba la primera televisión del barrio, ellos abrían las ventanas, los vecinos llevaban sus sillas y allí había televisión para todos. Ahí vi yo en el año 1969 la llegada del hombre a la Luna, nadie se lo creía, yo si…fue espectacular verlo. Gracias a los dos por su generosidad…

Voy a hacer una especial mención al Sr. Ramón, el zapatero y a su esposa Anita Iglesia, ambos vivían en la calle Olivilla, la paralela a la mía.

Había domingos que llegaba a casa con los tacones sin tapas, la decía a mi madre: voy donde el Sr. Ramón a ver si me las puede poner, mi madre me lo prohibía pero yo me iba…la zapatería la tenía enfrente de su casa, cerrada claro…llamaba a su puerta, contestaba el Sr. Ramón: ¿quién es? Yo contestaba: soy yo…la Mari…, la Señora Anita me decía: sube hija que estamos comiendo.

Yo: Sr. Ramón, que me he quedado sin tapas en los zapatos y los necesito para esta tarde.

Él: hoy no trabajo hija, para mañana…me iba cabizbaja a casa.

A la hora, más o menos llamaban a mi puerta: Mariquilla…baja…cuando llegaba me daba el par de zapatos y me decía…ya los tienes para esta tarde, ni me los cobraba…pero me decía que era la última…ya …ya..

Cuando me veía pasar por la puerta me decía: ¡vaya tapas que tienen esos zapatos, esas no te las pone cualquiera!, yo me reía… y le daba un beso a Él y a la Sra. Anita. Mi agradecimiento, mi cariño y mi grato recuerdo.

Recuerdo los días y días de lluvia, con los tableros en todas las puertas para impedir que el agua entrase en las casas. Cuando estaban limpios los tejados se ponían cubos para recoger el agua de lluvia que era muy buena para endulzar las aceitunas.

Las noches al fresco, cada uno contaba su historia, todo eran risas y armonía.

Las Cabañuelas, las miradas al cielo interpretando como sería el día siguiente. Me acuerdo de mi abuelo cuando decía: va a hacer buen tiempo mirando si tenía cerco la luna: “El cerco del Sol moja al pastor y el de la Luna lo enjuga”.

Los niños del barrio jugando a las cuatro esquinas, buscando luciérnagas, acederas…que ácidas y que ricas…los embudillos u ombligo de Venus…( estos según mi madre servían quitándolos la primera piel para curar diviesos y forúnculos porque los quitaba de raíz), la goma , la cuerda, el veo , veo…noches inolvidables…en amor y compañía.

En los veranos se vaciaban los colchones de lana encima de un plástico y se vareaban, una vez quitado el polvo, se ahuecaba la lana, y limpia la funda se rellenaban de nuevo…todas las vecinas se ayudaban.

Los días del encalado de las paredes, quedaban las fachadas blancas como la nieve, en un recipiente, se ponía la cal y se le añadía agua fría…eso empezaba a hervir y no podías acercarte, era todo burbujas calientes, cuando éstas dejaban de salir, se dejaba reposar la mezcla y al otro día unos y otros al blanqueo de fachadas…la cal las protegía de las inclemencias del tiempo.

Los días de matanza…todos los vecinos ayudaban a matar al cerdo, cuando daba el visto bueno el veterinario a la prueba analizada…se celebraba con una copita de anís a los vecinos.

¡ Ay los días que llegaban los carros llenos de paja para el ganado en invierno! Los vecinos cerraban sus puertas a cal y canto. Se levantaba mucho polvo, pero luego salían todos para ayudar con cestos, trabajo en cadena, uno llenaba, se lo daba al siguiente, hasta llegar al “sobrao”.

La familia agradecía el gesto a los vecinos con una limonada fresquita, ¡qué bien sentaba!…con la garganta llena de polvo,.

Era curioso lo de las bodas en el barrio. Cuando empezaban las amonestaciones, el primer domingo se iba a la casa de la novia a “atar la escalabraura” y se servían dulces, después se exhibía el inventario de la novia, allí acudía la familia del novio para verlo y valorarlo, al igual después, en la casa del novio, los vecinos tenían siempre acceso a estos eventos y siempre se contribuía con alguna “perrina”.

Es un enorme placer para mí hacer honor a todos estos vecinos con los que viví y compartí cosas hermosísimas, y con ello lo hago a todos sus familiares…saqué lo mejor de todos ellos…todos me enseñaron y me dieron lo más grande que tenían: SU AMOR… creo que les correspondí, aún así espero hacerlo de esta manera.

Pd. Tengo fotos de algunos de ellos, ya fallecidos, no me parece lo más adecuado y menos sin el permiso expreso de sus familias y por decoro, exponerlos públicamente.

GRACIAS QUERIDOS VECINOS DE LOGROSÁN…FORMASTEIS Y FORMÁIS PARTE DE MI VIDA.

Madrid 10 de Octubre del 2018.

M.C.

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One Comment to “EL TINTERO DE MARÍA. Los vecinos, la otra familia”

  1. Gracias a LAD, por la difusión de estos artículos, que no tienen otra intención que la de compartir con mis paisanos vivencias.
    Gracias a todos los lectores que a través de Facebook, ordenador, pueden seguirlos…son miles de lectores repartidos por todo el mundo.
    Allí donde esté un extremeño, estará EXTREMADURA…NUESTRA HERMOSA TIERRA.
    TODO MI AGRADECIMIENTO.
    María.

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