Con la caída del muro de Berlin y la Glasnotz o Perestroika, el mundo pareció enterrar la guerra fría que durante decenios y después de concluida la Segunda Guerra Mundial, tuvo a las dos superpotencias, los USA y la URSS, al borde de una guerra nuclear.
Sin embargo, estos sucesos (históricos por otro lado) tan solo supusieron un paréntesis en este épico enfrentamiento. Los recientes sucesos de Siria y Ucrania han dejado al descubierto las miserias de la geopolítica internacional: en realidad la guerra fría nunca terminó.
La Segunda Guerra Mundial concluyó con la adhesión a la Unión Soviética de varios países como Polonia, Hungría, las repúblicas bálticas o Bulgaria. Grecia, con un partido comunista poderosísimo estuvo a punto de caer del lado comunista, pero tras una cruenta guerra civil y la ayuda de los británicos, el país matriz de la cultura europea permaneció del lado occidental. Estos países adoptaron el modelo socialista de economía dirigida estatalmente y el Partido Comunista como único permitido, hasta el punto de que se confundió directamente con el aparato estatal.
Las potencias aliadas, vencedoras en el Pacifico, y en el Oeste de Europa, se percataron inmediatamente del peligro que representaba el comunismo (internacionalista por definición) para las democracias de corte occidental. Sin embargo, con ambos bandos en posesión de armas nucleares y Europa exhausta tras la guerra nadie se planteó un enfrentamiento directo. A cambio, las tensiones producidas en el gran choque de potencias escaparon por diversas fugas que degeneraron en conflictos locales más o menos duraderos y donde la URSS y USA se implicaron con intensidad variable.
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