Querido padre: Vine al mundo en la época de la siega, recién iniciado el verano.
Entonces tu venías del campo una noche sí y otra no, justo en la que no estabas, una nubecita calentita de algodón, el útero de mi madre, me puso en vuestro lecho. A la mañana siguiente, tía Mercedes, tu hermana, al encontrarte te dijo: «Cándido, ya tienes quién te lave las camisas.»
Una niña, “tu niña”, según tus palabras: la más bonita del mundo, fruto del amor tuyo y de mi madre. Cuatro quilos y medio de peso…criada ya, decía la gente, con los ojos abiertos, sin perder detalle de nada , mirando a todos los sitios. Por expreso deseo tuyo fui bautizada con el nombre de María… “ tu Mari”.
Me llevé cinco meses llorando, no te dejaba dormir, hasta que descubrieron que tenía una otitis de caballo. Te quedabas dormido encima de los árboles, no sé cómo no te mataste.
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